Crónica viernes 14 de julio
Nuevo día, nueva aventura. La luz de los fluorescentes del polideportivo donde hemos dormido nos han atravesado las retinas a las 2 de la mañana para poder hacer nuestros 43 km. La primera parte de la caminata se ha hecho a buen ritmo, atravesando las secas sendas manchegas a la luz de una luna cada vez más menguante.
Cuenta la leyenda que en la Mancha el calor aprieta, pero la gente no avisa de que el frío matutino puede ser más cortante que las Gillettes que nos trae Jaime cada día. Siendo precavidos, los peregrinos se han equipado con sudaderas, con la excepción de Uri Gel (bautizado como “el Petitó” por los veteranos) que ha encontrado otro sistema: meter los brazos dentro de la camiseta. La broma se ha acabado cuando ha terminado de cara contra el suelo y no podía levantarse solo. Las risas del momento han roto la rigurosa hora de silencio.
La parada técnica a las 7’30 nos ha revitalizado más que ocho RedBulls porque el párroco de los últimos pueblos que hemos cruzado, José Juan, nos ha sorprendido con 4 bandejas (¡y qué bandejas!) de churros con chocolate. Mientras llenábamos el depósito y a pesar de las temperaturas bajas de la madrugada, el sol ha despertado de mal humor y no ha perdonado, obligándonos a meternos más crema que una napolitana.
La siguiente parte de la etapa ha sido dura. Nos esperaban nada más y nada menos que 22 km por carretera, que se traduce en fila de uno. Y todo buen peregrino sabe que esta manera de caminar acaba convirtiéndose en una marcha fúnebre sobre el asfalto, porque, a menos que vayas detrás de Quirrell, hablar con un cogote no entretiene lo suficiente como para olvidarse de las ampollas.
Tras una nueva actuación de los Rolling Smokes, al final hemos llegado a nuestro pabellón en Villarobledo; apurados, pero no desesperados. Ahí había unas niñas haciendo una exhibición de gimnasia al ritmo de la música, dando esta pie a que Emma Sarsanedas y Clara Crespo se pusieran a bailar con más intensidad que universitarios en Pont Aeri en los 90. Incluso Edur Lejarcegui, a quien se la ha tildado últimamente de tener un parecido notable con Vaiana, nos ha hecho una representación de la coreografía fílmica cuando ha sonado la canción estrella de la cinta.
Más tarde hemos podido ir a la piscina municipal, donde Marc León, con intención de mojar a 2 peregrinos que hablaban en el bordillo, ha tenido la brillante idea de lanzarse al agua generando más salpicadura que una bomba de hidrógeno en el tutuki splash. Su sonrisa pícara se ha esfumado cuando ha visto que una inocente anciana ha sufrido daños colaterales.
La misa ha sido tan preciosa como la iglesia en que se ha celebrado, acompañados de los jóvenes locales y de las notas de los violines de Martina Vitagliano e Inés Arroyo, que arrancarían lágrimas de emoción al mismísimo compositor de la banda sonora de la Lista de Schindler. Al acabar la Eucaristía, un buen hombre con una mejor cámara, nos ha hecho unas tomas para salir en televisión. El Papa ha dicho que hagamos lío y nosotros cumplimos: de Barcelona a Lisboa dando testimonio de nuestra fe.
Y esto es todo por hoy familia. Mañana a por otra distancia maratoniana. ¡Buenas noches, Vietnam!