Hemos venido a buscar a los demás
RÍO DE JANEIRO - DEL 21 AL 31 DE JULIO DE 2013
Aún recuerdo el verano 2013, cuando un grupo de 26 casi desconocidos nos juntamos en la parroquia de San Mateo para marchar a Río de Janeiro, Brasil, para vivir la JMJ que se celebraba y acompañar al santo Padre durante aquellos días en el encuentro de jóvenes católicos de todo el mundo .
Para situarnos un poco, en septiembre de 2012 cambiaron el párroco de la parroquia y, poco a poco, durante ese curso formamos un esplai de niños y jóvenes. No éramos más de 15 (de edades muy diversas desde los 12 hasta los 35) cuando nos planteamos cruzar el océano para unirnos a este encuentro de jóvenes. Era una locura planteárselo a esas alturas, pues el tiempo corría en nuestra contra y había que hacer muchos preparativos. Pero aún así, confiamos en que el dinero y las gestiones saldrían y, sin darnos cuenta, nos encontrábamos a 21 de julio en la Misa de envío, donde se nos ponía la cruz de Jesús en el cuello, para que lo tuviéramos presente en nuestro viaje y marchábamos al aeropuerto para coger el avión.
La primera parada del viaje fue Fátima. Llegamos al pueblo portugués a horas bien avanzadas de la noche y después de saludar a la Virgen fuimos a descansar. Pasamos allí un día más, conociendo la historia de los tres pastorcillos, visitando dónde se les apareció el ángel, sin ser realmente conscientes de la magnitud de aquel acontecimiento tan insólito. Después de este encuentro con la Virgen María, quien nos hacía de guía y referente por entonces, cogimos un vuelo que nos llevaba a Charlotte, donde hicimos una escala larga y pudimos visitar la ciudad americana y celebrar Misa. Desde allí, tomamos un segundo vuelo que nos llevaba hasta, nada menos que, Río de Janeiro. ¡Cuántas veces lo habíamos estado esperando durante aquellos meses anteriores y qué ilusión nos hacía a todos!
Recuerdo perfectamente ese día, porque probablemente fue el día más largo de mi vida, el primero en que estuve despierta más de 24 horas seguidas. Salimos del avión, recuperamos nuestras maletas de la cinta transportadora y cuando cruzábamos las puertas del aeropuerto me di cuenta de que en la ciudad del sol, donde imaginaba que siempre era verano, estaba lloviendo a cántaros. ¡En ningún momento nos habíamos planteado que era la época de lluvias del continente y sólo llevábamos ropa de verano!
Esa semana fuimos a todos los lugares donde iba el Santo Padre: fuimos a recibirlo el miércoles y después de esperar durante al menos dos horas, aguantando codazos y empujones de otros jóvenes que estaban igual de impacientes que nosotros de ver al Santo Padre, un grupo de jóvenes delante de nosotros se retiraron para que los más jóvenes de nuestro grupo nos encontráramos en primera fila de la valla. Fue un acto de generosidad muy grande, así como tantos gestos que nos acompañaron a lo largo de esos días: la acogida de unas monjas por los desayunos y el dejarnos ropa de abrigo, el espacio en un polideportivo que nos cedieron un grupo de jóvenes, y todas las donaciones desinteresadas que nos habían hecho gente desconocida para que el viaje saliera adelante.
El día 26 de julio, subimos a Cristo de Corcovado. Era impensable ir a Río, cruzar todo el océano y no visitar el monumento que más le representa. Fue una experiencia fuerte. El autobús nos dejó al pie de la montaña, dejándonos por delante una calle muy empinada y rodeada de favelas. Pero todo esfuerzo y sacrificio tiene su recompensa: una vez arriba, las vistas eran espectaculares y, a los pies de Cristo Redentor, cuando ya empezaba a refrescarse y oscurecerse, bajamos de la montaña haciendo el rosario.
Por fin llegó el día de la víspera. Por la mañana cogimos sitio en la playa de Copacabana y entre cantos, juegos de cartas y ratos de oración hicimos tiempo hasta la llegada del Santo Padre. Una inmensidad de gente se encontraba a mi alrededor, empujando y gritando. Mis pies descalzos se movían estratégicamente para que los demás no me pisaran, pues con las prisas y la emoción, había salido sin zapatos. El tiempo pasó lento, ya que cada vez más jóvenes se concentraban en torno a la valla que cortaba la carretera por donde pasaría el Santo Padre en hora y media. Los nervios se hacían presentes y la emoción era intensa. Llegaron coches de policía que aseguraban la zona: el Papa no tardaría en llegar. Se acerca el papa-móvil. Y justo en el momento que pasa por delante nuestro, el Papa se vuelve, nos mira, nos saluda y nos sonríe a todos. En cada uno. En ese momento los sufrimientos pierden importancia, el dolor se relativiza. Sientes que no estás solo, que eres importante.
Recuerdo que todo lo que vino después me gustó también muchísimo: el mensaje de la víspera, dormir en la playa bajo el techo del cielo estrellado, la Misa de cierre de la JMJ, el ambiente que se respiraba de gente joven de todo el mundo que te recuerdan que, aunque en algún momento puedas oírte, no estás solo. Ver cinco millones de personas reunidas por una sola causa, el hecho de forjar la amistad con los de la convivencia y especialmente con Cristo... El hecho de vivir para el otro, hacer cosas por ellos. Descubrir que aquello no te quita la alegría, sino que te la da. Que tu alegría se plasma en la sonrisa del amigo, del hermano, del Papa. Descubrir que con eso tienes más que sobradamente. Todo esto que recuerdo de esta primera peregrinación y que se ha hecho presente en las posteriores que he vivido, me han convencido de que la peregrinación de este año a Lisboa vale mucho la pena, ¡y más que la pena, la alegría! Pues estoy esperando encontrarme en estas situaciones de molestias: comer pan de molde, dormir en el suelo, pasar frío, quemaduras por el sol, llagas en los pies, caminar con aquél que me cuesta más de trato, que me pidan ayuda cuando estoy más cansada ...para poder recordar esta experiencia de hace justo 10 años, que acabará donde justo empezó todo y dirigirme directamente a Jesús para pedirle que me ayude a no buscarme nunca a mí, sino a los demás.
MARIA M.C