Lectura Domingo, 2 de Julio
Querido peregrino,
Hoy, domingo, hace una semana que recibías la bendición de manos del Señor Cardenal en la Eucaristía de envío hacia la ciudad de Lisboa. Ese día, colocaron la primera piedra de nuestra querida parroquia de San Rafael. ¡Que estos días de camino sirvan también para reconstruir nuestra Iglesia! ¡Pídele mucho a Dios que ese sueño se convierta en realidad!
También nosotros tenemos que reconstruir nuestra vida. Yo tuve que hacerlo muchas veces a lo largo de mi existencia. Esta peregrinación debe ayudarnos a rehacer nuestra vida de fe, a través un encuentro personal con Jesús.
Ayer te contaba cómo fue mi nacimiento y cómo, providencialmente, pude regresar durante un tiempo al calor del amor de mis padres, tras meses de profunda incertidumbre. La astucia de mi hermana, la bondad de la hija del faraón y la providencia divina hicieron que pudiera volver a mi hogar. Allí pasé años de profunda ternura, de los cuales solo guardo una vaga memoria y los recuerdos transmitidos por mi familia biológica cuando, años más tarde, me reencontré con ellos. Recuerdo jugar con mi padre, acompañar a mi hermana a pastorear el ganado, o cómo mi madre se afanaba en hacer las cosas del hogar. De este modo, fui rodeado de un profundo afecto.
A los tres años, Henutmira, la hija del faraón que me había dado en “adopción” a mi madre biológica, vino a recuperarme para llevarme a palacio. Jamás entendí lo que estaba sucediendo. Mis padres me dejaron marchar sin rechistar. Para mí, fue un tiempo de gran tristeza: separarme de mis padres y mis hermanos Aarón y Miriam supuso un duro golpe. Sentí un gran vacío en el corazón. Con los años, comprendería la situación, pero en aquel momento me sentía abandonado, profundamente confundido y solo. Pese a mi corta edad, me interrogaba y me culpaba de lo acontecido. Me costó mucho recuperarme, y pienso que es algo que ha quedado muy marcado en mi corazón. Lo entenderás a lo largo de mis relatos posteriores.
Mi vida cambió radicalmente y tuve que reconstruirla. Abandonar la austeridad de los campos y del ganado para vivir en un palacio podría parecer seductor, pero fue todo lo contrario. Pasé de los brazos de una madre a los de una cuidadora. No puedo decir que la hija del faraón se comportase mal conmigo, pues me trató como una madre; pero la ternura y el cariño que había experimentado en el hogar junto a mis hermanos jamás fueron suplidas por mi nueva familia.
Pasé de vivir en una tienda de pastores a un palacio, de la pobreza a tener sirvientes. Con los años, recibí una educación exquisita con maestros y doctores. Jamás acabé de entender lo que sucedió. Algo que también cambió fue mi religiosidad: la profunda relación con Dios que fui cultivando en casa, fue sustituida por un culto disperso y sometido a ritos puntales, externos y sin corazón, que no guardaban, además, ninguna conexión con la vida cotidiana.
Mi vida ha sido una auténtica aventura, muy similar a la que estás viviendo estos días. Aprovéchalos para ver y analizar los cambios radicales que han sucedido en tu vida. Seguro que hay cosas que no has acabado de entender. Con los años comprendí que, aquello que siempre me había parecido un abandono, fue realmente un acto de generosidad de mis padres biológicos. Mira tu vida con los ojos de Dios y no con ojos meramente humanos. Mi misión en la vida fue llevar al pueblo de Israel de la esclavitud del Faraón a la tierra de promisión. Todo lo acontecido en mi vida ha servido para cumplir mi misión. Lo irás entendiendo mientras te vaya explicando mi historia. Te animo a que hoy analices tu pasado, descubras lo bueno y lo no tan bueno que te ha sucedido. Mira el presente y proyéctate al futuro: un futuro de libertad, un futuro de amor a Dios, un futuro de caridad.
Moisés