Lectura Domingo, 9 de julio
Querido peregrino,
Han pasado ya dos semanas desde que dejaste tu morada para adentrarte en esta aventura; y aún quedan muchas más por vivir. Estoy seguro de que cuando vuelvas a casa, serán innumerables las anécdotas que traerás contigo y que morirás por compartir con los demás. Como la Virgen, guarda y medita todas estas vivencias en tu corazón y en algún momento de bajón o de más desánimo (porque los habrá), recuerda con una sonrisa en la cara todo lo que estás viviendo.
Hoy quisiera continuar profundizando un poco en la relación que establecí con aquella familia de Madián y cómo, a lo largo de los meses, me ayudaron a redescubrir la figura de Dios. Como te conté días atrás, viví un gran contraste entre la manera de vivir la fe cuando estuve en casa los primeros años de vida y la visión de la figura de Dios de los egipcios: lo veían como un dictador, alguien que exigía un cúmulo de preceptos a cumplir. De esta manera, perdí la perspectiva de trascendencia, la relación personal con el Padre.
Esto fue precisamente lo que me volvió a presentar ante mis ojos Jetró, el sacerdote de Madián y padre de la familia que me acogió. El Dios de Abrahán, Isaac y Jacob no era alguien autoritario, como el faraón, que mandaba cumplir unas normas y se olvidaba de sus hijos. Él era Padre, y como tal, amaba a sus criaturas.
De la misma manera, la relación que podía establecer con Él era, pues, de un trato personal, a través de un diálogo íntimo. Podía dirigirme a Él y contarle lo que me sucedía, lo que estaba viviendo en el seno de esa familia, mis preocupaciones, mis alegrías, y también preguntarle qué era lo que quería de mí.
Fue así como, gracias al acompañamiento espiritual que Jetró me ofreció, fui ahondando poco a poco en la fe, estableciendo esta relación personal con mi Padre, que me amaba y tenía unos planes muy específicos pensados para mí desde toda la eternidad. De hecho, ahora, en perspectiva, me doy cuenta de que ese tiempo fue una preparación para mí, para esa misión que me sería encomendada poco después. Era en la fidelidad en las cosas pequeñas de cada día que iría creciendo interiormente y sería capaz, después, de llevar a cabo algo mucho más grande.
Como ves, qué importante es el trato personal y diario con Dios, en el que poco a poco dejamos que Él nos toque el corazón y nos los vaya modelando, nos lo vaya transformando, incluso a veces sin darnos cuenta. ¿Tú buscas un rato cada día para encontrarte cara a cara con Él, para abrirle tu corazón y descubrir lo que tiene pensado para ti?
A menudo nos pide cosas muy pequeñitas, que pueden parecer insignificantes. Pero comprobarás que, si en esos detalles de amor eres fiel, cuando venga una contrariedad o una dificultad, o simplemente se te exija más, serás capaz de aceptarlo con más paz y alegría. Dios no nos pide nada que sabe que no podemos darle. No es como la imagen que yo tenía cuando estaba en palacio. Dios no nos abandona; si te pide algo, también te dará la gracia para que lo consigas.
Por tanto, te animo hoy especialmente a que aproveches mucho la hora de silencio que tenéis por la mañana para establecer este vínculo con el Padre. Y también, a que a lo largo del día, busques ratos para estar con Él. A veces tendrás muchas cosas que contarle, otras veces quizás te cuesta un poco más; igual que hay momentos en el camino que te es más fácil hablar de cualquier cosa con los compañeros y ratos en los que prefieres simplemente escuchar, o no te apetece hablar.
En esto, precisamente, consiste cualquier relación. También la que tienes con el Señor. Justo en esos momentos en que cuesta más hacer oración, Dios te espera. También puedes aprovechar, si quieres, alguna idea que el mossèn da a primera hora de la mañana (o de la noche, todavía), para tener un tema de conversación con Él, para reflexionar en torno a algo concreto. Los temas son inagotables. Lo importante es estar con Él, dedicarle tiempo.
Me despido de ti por hoy. Aprovecha para descansar de esta dura jornada, que mañana una nueva etapa nos espera.
Moisés