Lectura Jueves, 20 de julio
Querido peregrino,
Después de dos etapas de más de cuarenta kilómetros, hoy se te ha regalado una etapa más corta. No dejes de descubrir, también en estos pequeños detalles, la presencia y los cuidados que Dios tiene contigo. Él nos acompaña en nuestro camino, del mismo modo que se hizo presente en aquella nube que acompañó al pueblo de Israel, para que no desfalleciera bajo un sol abrasador, o en forma de columna de fuego, para iluminar el camino por la noche. Aprovecha este día en Saceruela para reponer fuerzas y reflexionar sobre el modo en que Dios te acompaña en este éxodo hacia la libertad.
Tras los preparativos para nuestra salida de Egipto, nos pusimos en camino. La mano del Señor nos guiaba y nos acompañaba. Sentíamos su presencia amorosa, que nos liberaba, y descubríamos su amorosa providencia en lo más cotidiano. Pese a la fatiga del camino, nos sentíamos felices. Atrás dejábamos no solamente siglos de opresión, sino una infinitud de cadenas y de opresión que nos habían hecho perder la esperanza. Pese a las incertidumbres derivadas de habernos convertido en un pueblo itinerante, sentíamos ahora una gran paz. Habíamos dejado la esclavitud y empezábamos a vivir en libertad y, en el horizonte, divisábamos un proyecto común que ilusionaba a todo el pueblo.
Tanto en nuestro éxodo como en vuestra peregrinación, no todo son contrariedades. También hay momentos de tranquilidad y de paz, en los que Dios se manifiesta a través de lo más cotidiano. Aprovéchalos para dar gracias a Dios y meditar con serenidad todo lo que estás viviendo estos días, pero no bajes la guardia ni dejes que las luchas futuras te cojan desprevenido.
Algo parecido nos ocurrió a nuestra salida. En medio de la euforia y el optimismo de los hebreos, el corazón del faraón volvió a endurecerse. Se dio cuenta de que el hecho de dejarnos marchar suponía que gran parte de su pueblo quedara sumergido en una profunda crisis, ya que los que garantizaban la estabilidad de la economía del país —a base de trabajos forzados— eran los hebreos. Puede suceder que cuando abandonas tu vida de pecado y quieres empezar a vivir en libertad, llegues a sentir cierta añoranza por aquello que has dejado atrás. En este caso, el faraón sentía un gran vacío, porque había renunciado a aquello que le permitía construir su vida y su reino en base a sus deseos egoístas y a sus corruptos intereses. Sentía, incluso, el vacío de placer que antaño le había proporcionado el hecho de tener a un pueblo entero oprimido.
Así, el faraón se arrepintió de la decisión de dejarnos marchar, y reunió a todo su ejército para perseguirnos y hacernos volver a Egipto. Como ves, a veces no es tan fácil liberarnos de nuestros vicios o de las plagas que nos azotan; necesitamos la constante ayuda de Dios. Las plagas del pecado son como perros rabiosos que están al acecho, preparados para atacar. El mal puede ser muy persistente, y la vida cristiana es una lucha constante. No podemos bajar la guardia ni dejar de ser conscientes de que la amenaza del pecado siempre sobrevuela sobre nosotros, buscando un momento de debilidad para sorprendernos.
No obstante, Dios, que iba delante del pueblo, no nos abandonó. Cuando nos vimos atrapados entre el ejército del faraón y el Mar Rojo, volvimos a ser testigos de su gran poder. El Señor hizo que las aguas del mar se retiraran a uno y otro lado, abriendo entre ellas un camino para que lo pudiésemos atravesar. El faraón, tan obcecado que era incapaz de ver contra Quién se estaba enfrentando, ordenó a su ejército que entrara también en el mar, iniciándose, así, una angustiosa persecución entre las aguas del océano. Sin embargo, cuando el último miembro del pueblo de Israel hubo salido de entre las aguas, Dios me mandó ordenar al mar que volviese a su lugar natural, ahogando en él a todos nuestros perseguidores y derrotando, definitivamente, al faraón.
Así experimentamos toda la fuerza de Dios. En este gran prodigio, el Señor manifestó su poder y su supremacía frente al mal, a la vez que nos demostraba su predilección e infinita misericordia. Fue, este, un acontecimiento extraordinario, que cambió nuestras vidas y nuestra visión de Dios. Aquel día, todos tuvimos la seguridad de que Dios no nos abandonaría jamás, y que, si era preciso, convertiría lo ordinario en extraordinario y lo extraordinario en ordinario.
A lo largo de tu vida vas a experimentar muchas veces cómo la potencia sobrenatural de Dios interviene y actúa. Si cuidas el trato con Jesús a través de los sacramentos, experimentarás su misericordia; a veces, incluso, de un modo extraordinario. ¿Has sentido en tu vida momentos extraordinarios de presencia amorosa de Dios? ¿En qué momentos de tu vida has visto cómo el mar se abría para que tú lo cruzaras a pie enjuto y te liberaras de tus esclavitudes? ¿Has vivido la experiencia de la ternura y el amor de Dios?
El paso del Mar Rojo, por el cual fuimos definitivamente liberados del faraón, se convirtió en un punto de inflexión en nuestra vida de fe. El pueblo hebreo lo ha recordado de generación en generación hasta el día de hoy como la gran manifestación del poder y la misericordia de Dios con Israel.
Querido amigo, quizás esta peregrinación suponga para ti algo parecido. Nuestra peregrinación es un hecho extraordinario y, tal vez, pueda convertirse en una experiencia decisiva en tu vida. Descubre cómo, también para ti, el Señor abre de par en par las barreras que te obstaculizan el paso para alcanzar la libertad de los hijos de Dios. Siente cómo las aguas de tu Mar Rojo quedan como muros a derecha e izquierda para que tú puedas pasar caminando hacia la tierra prometida. ¡Ojalá esta peregrinación te ayude a descubrir la acción salvífica del Señor en tu propia vida!
Moisés