Lectura Jueves, 3 de agosto

Lectura Jueves, 3 de agosto

Querido peregrino,

Moisés nos ha dejado. Sus últimos días fueron muy emocionantes para todos nosotros. En efecto, desde hacía tiempo, el Señor Dios había dicho que Moisés no podía entrar en la tierra prometida, a causa del pecado que había cometido en Meribá junto a su hermano Aarón. Sin embargo, antes de morir, el Señor le permitió contemplar con sus ojos ya ancianos las riquezas de esa tierra. Por este motivo, todo el pueblo de Israel acampó al otro lado del Jordán, sin entrar en la tierra prometida, enfrente de Jericó. Estuvimos allí largos meses. Mientras nuestros ojos miraban la tierra deseada, nuestros oídos escuchaban atentos las últimas enseñanzas de Moisés. Nos instruyó largamente sobre la ley y la alianza, sobre el amor de Dios por nosotros y la fidelidad que le debíamos guardar. Todas sus enseñanzas de esos últimos días quedaron escritas en un libro, el Deuteronomio.

Una vez terminadas sus explicaciones, sabiendo que llegaba su muerte, entonó un cántico maravilloso, que quedó grabado para siempre en nuestras mentes, y que aún hoy los Israelitas cantamos en la tierra prometida: «Oíd cielos lo que voy a decir, escuche la tierra las palabras de mi boca…». En este cántico, Moisés, ya anciano, da gracias por toda su vida y por los beneficios que el Señor ha concedido a Israel. También nos animaba a todos a continuar nuestro camino, y a conquistar con valentía la tierra que teníamos delante. Luego nos bendijo a todos, a cada tribu del pueblo, una por una, con una bendición larga y solemne.

Había llegado el momento. Solo me permitió a mí acompañarlo, pues me había nombrado su sucesor. A mí me tocaba tomar el relevo, e introducir al pueblo en la tierra prometida. Subimos los dos al monte Nebo; yo con gran angustia, Moisés con una gran paz. Desde arriba la vista era imponente. Dios le había dicho que vería la tierra prometida; y desde allí, cumplía su promesa. La veíamos entera, grande y hermosa, desde Dan hasta Bersabé, desde Jericó hasta el Mediterráneo. Moisés me abrazó sin decir nada, y me mandó bajar. Lo vi postrarse en tierra, en profunda oración, como hizo su hermano Aarón en lo alto del monte Hor. Así lo vi por última vez, pues nadie lo vio morir. El Señor mismo cavó su sepultura, y hasta el día de hoy nadie sabe dónde está enterrado. ¡Qué bonita fue la muerte de Moisés! Murió cantando, murió bendiciendo, murió rezando. Pídele al Señor Dios para que tú tengas también una santa muerte.

Pero tú, querido peregrino, estás a punto de entrar en la tierra prometida. Aunque parece que este sea el final de tu viaje, aún te queda mucho trabajo por delante. Tendrás que conquistarla. Posiblemente caerás muchas veces. Sin embargo, este camino que has realizado junto a Moisés te va a ayudar en el futuro. Ahora eres mucho más fuerte. Has dejado atrás tus ídolos y la esclavitud de Egipto. Ahora sabes que tu fuerza está en el Señor, y no en ti mismo. Ahora conoces bien su ley. Ahora sabes que Dios te quiere con amor eterno. Con todas estas cosas en tu mente y en tu corazón puedes lanzarte a la conquista. Cuando llegues a tu casa, cuando disfrutes de tus merecidas vacaciones, no olvides todas estas cosas que has aprendido durante estos días. Lucha con esfuerzo para alcanzar la santidad. Que no te pase como al pueblo de Israel, que una vez entrado en la tierra prometida, se olvidó del Señor y se entregó de nuevo a los ídolos. Piensa y medita en todas estas cosas, y guarda esta ley en el fondo de tu corazón. Ella será tu camino y tu guía. Aunque ahora ya nos falta Moisés, con la ayuda del Señor podemos hacer cosas mayores.

Josué

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