Lectura Lunes, 3 de julio

Lectura Lunes, 3 de julio

Querido peregrino,

Hoy has completado la primera semana de camino. Estás acostumbrado a las largas horas de caminar. Recuerda que todavía te queda más de un mes para llegar a la meta: tu encuentro personal con Cristo en la Iglesia y con el Papa.

Estos días te he ido relatando cómo fueron mi nacimiento y mis primeros años de vida. Te contaba cómo he tenido que reconstruir, tantas veces, mi existencia. Durante esta ruta, verás que la vida es muy larga y que todo tiene un sentido, pese a que en ocasiones no lo entendamos en el mismo momento.  

Jamás pensé, en los inicios de mi vida junto al Faraón, que llegaría a ser el enviado por Dios para liberar a mi pueblo de la esclavitud de aquel que fue, para mí, como una divinidad. La vida larga debe llevarte a abandonarte plenamente en Dios.

En palacio, me convertí en hijo de la princesa y nieto del mismísimo faraón, al que el pueblo consideraba un dios. Fue este el contexto en el que me eduqué, un contexto muy distinto al que viví junto a mis padres hebreos. Mi vida dio un vuelco. Empecé a vivir bajo toda la serie de normas propias de la monarquía. Tenía servidumbre, y no podía salir libremente del palacio. No tenía alrededor muchos niños con quienes jugar. Lo que sí que tenía era una institutriz y un maestro particular, que me enseñaban las cosas propias de los príncipes. Ya de muy pequeño tenía responsabilidades y debía comportarme acorde a mi cargo. Por ejemplo, antes de comer algo, todo debía ser probado por uno de los catadores del faraón. Vivía entre rejas.

Este modo de vida, sin embargo, tenía sus compensaciones. Mis deseos más primarios siempre eran satisfechos. Cualquier cosa que solicitaba a los sirvientes de palacio era obedecida. Por otro lado, mi llegada a palacio me reportó una muy buena educación. Pertenecer a la familia del faraón traía consigo unas ventajas y responsabilidades. Ese es el papel de los padres y educadores, que desean lo mejor para los hijos y alumnos. La educación es ese proceso de ayudar al niño dependiente, necesitado de directrices, a hacerse independiente, para que, ya adulto, tome las riendas de su propia vida.

Mi madre y el faraón esperaban mucho de mí. Tenía que prepararme para ser un hombre de gobierno, así que ellos se volcaron en mi futuro. Jamás sospeché que, en los designios de Dios, todo ese bagaje cultural fuese la sólida base para hacer de mí un hombre de carácter; sin olvidar tampoco la ternura que recibí de mi madre. Todo ello me preparó para ser un líder. La visión que adquirí del hombre, de los gobiernos, de la economía y de la política fue fundamental para forjar la personalidad del que, por designios de la providencia, guiaría al pueblo hebreo durante cuarenta años por el desierto.

¡Qué importante es el proceso educativo! Lo entendí a lo largo de los años. Ahora que te encuentras en tu época de formación, no te tomes a la ligera todo lo que recibes de tus padres, de la escuela y de la parroquia. Es el medio con el que Dios quiere moldear y formar tu corazón para el día de mañana. No son en vano todos los esfuerzos que hacen en casa, en la escuela y en la parroquia. Tienes que forjar tu conciencia en el conocimiento de la verdad y de Dios. La educación no cambia el mundo, cambia las personas que van a cambiar el mundo.  

Querido peregrino, ¡tómate en serio tu formación humana y cristiana! Tal y como formes tu conciencia, así será tu visión de Dios, del mundo, del hombre y de ti mismo. Aprovecha la formación que quieren darte tus padres con gran generosidad. Piénsalo hoy: ¿cómo me estoy educando? ¿Agradezco a Dios todos los desvelos que tienen mis padres para formarme como persona?

Moisés

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