Lectura Lunes, 31 de julio
Querido peregrino,
¡Último día del mes de julio! Y qué mes de julio tan especial… Piensa en otros julios de tu vida: seguramente hubo playa y piscina, heladitos, paseos por el centro comercial, videojuegos… En cambio, este año lo has pasado peregrinando, del primero al último día. ¿Y no es cierto que, a pesar de todo, ha sido una experiencia espectacular? El contacto profundo con el Señor, las agradables conversaciones con tus compañeros de ruta, el cariño y el servicio desinteresado de unos por otros… ¡Esto no lo habías tenido en otras ocasiones, seguro! Ninguno de estos regalos se puede comparar con una tarde paseando por la playa, ni con un delicioso helado.
Ayer te hablaba del mensaje que Dios me transmitió en el Sinaí sobre la construcción de su Tabernáculo, la tienda que simbolizaba la presencia del Señor en medio de su pueblo. Ya te anticipé que en este santuario se custodiaba el más valioso de los tesoros: el Arca de la Alianza. Se trataba de un cofre de madera preciosa en cuyo interior guardé los símbolos de la liberación de Egipto. Mirando el arca, todo el pueblo de Israel revivía la salida de la esclavitud y recordaba la protección de Dios, que nos quiere libres no solo de las cadenas físicas, sino sobre todo de las ataduras del pecado.
¿Cuáles eran estos símbolos de la liberación de Egipto? Eran tres objetos: las tablas de la Ley, una urna con maná y la vara de Aarón. Déjame que te cuente qué representaba cada uno y por qué era importante su presencia en el arca. Las tablas recogían los Diez Mandamientos, las instrucciones para la felicidad que nos dio el Único que sabe hacernos felices. Por medio de las tablas, todos los israelitas recordaban cómo debían adorar a Dios y cómo debían tratarse entre ellos. Después venía el maná, el pan del cielo que Yahvé nos envió cuando pasábamos hambre en el desierto. Por él nos hacíamos conscientes de que Dios provee para su pueblo, que atiende todas nuestras necesidades materiales y espirituales. Y la vara de Aarón, primer Sumo Sacerdote de Israel, simbolizaba el sacerdocio y nos hacía presente la elección de algunos, por parte de Dios, para que fueran mediadores entre Él y su pueblo.
Ya has ido descubriendo, a lo largo de estas semanas, que la Sagrada Escritura está llena de ecos entre unas páginas y otras. A menudo, algunos pasajes del Antiguo Testamento prefiguran lo que sucederá en el Nuevo. ¿Puedes imaginar qué persona de la historia de la Salvación se ve representada por medio el Arca de la Alianza? En realidad ya lo sabes, pues cada día has repetido esta invocación, “Arca de la Alianza”, en las letanías del Santo Rosario. Así es, la Virgen María es la nueva y definitiva Arca de la Alianza. Querido peregrino, te contaré por qué.
¿Qué fue lo que sucedió en el momento de la Encarnación, cuando el Arcángel Gabriel se presentó a María de Nazaret y ella dijo sí a la propuesta del Padre? Que el Hijo de Dios se hizo carne en sus entrañas, que Jesús empezó su andadura en nuestra tierra como todos los niños del mundo, por medio de un embarazo de nueve meses. Durante aquel tiempo, nadie en el mundo supo que la Redención estaba a punto de cumplirse, solo María. Ella fue la que custodió en su seno el tesoro, convirtiéndose en Arca de la Nueva Alianza.
Ley, maná y vara sacerdotal: estas eran las tres riquezas del Arca. Y en María también están, porque María contiene a Cristo. La Ley, porque Jesús es la Palabra de Dios, no escrita en piedra —como las tablas—, sino viva, en carne. El Pan de Vida, el alimento de la Eucaristía, que no solo fortalece nuestro cuerpo —como el maná—, sino que nos alimenta para la eternidad. Y el Sacerdocio nuevo, pues Cristo no es solo un mediador que ofrece sacrificios ante Dios, sino que es el mismo Dios que se ofrece a sí mismo.
¿Entiendes ahora mejor por qué llamamos a la Virgen María “Arca de la Alianza”? Puedes recordar esta idea cada vez que recites las letanías del Rosario; aquí en la peregrinación tienes la suerte de hacerlo cada día, y es una costumbre que te aconsejo que incorpores a tu vida, una vez regreses a la vida ordinaria. Fíjate en todas las cosas que le decimos en ellas; no son solo palabras bonitas, sino realidades que recogen la misión de María en nuestra vida. Voy a destacarte otras de estas letanías, también interesantes para meditar.
Ella es Madre de la Iglesia y Auxilio de los cristianos, porque nos congrega y nos mantiene unidos cuando nos amenazan el egoísmo y la cobardía, como hizo con los discípulos al marcharse Jesús al Cielo.
Es Madre de Misericordia y Refugio de los pecadores, porque lo comprende todo, lo disculpa todo; sabe de nuestra debilidad y no espera nuestra perfección, sino que nos ayuda a dar ese salto para volver al Señor cuando nos hemos alejado.
Es Consuelo de los afligidos y Salud de los enfermos, porque sufrió el mayor de los dolores junto a la Cruz, viendo morir a su Hijo, y calma nuestra inquietud cuando pasamos por lo más oscuro.
Querido peregrino, ¿cómo no vamos a confiar en un corazón así? ¿Cómo no vamos a refugiarnos en sus brazos? ¿Cómo vamos a dejar de lado su intercesión, que nos hace más fácil el camino al Cielo?
Moisés