Lectura Martes, 4 de julio

Lectura Martes, 4 de julio

Querido peregrino,

El cansancio se acumula. El calor es asfixiante, pero con ayuda y la gracia de Dios y de todos los momentos de oración y de intimidad con Él, vas superando las dificultades. No caminas solo; Él camina contigo. ¡Siente en los momentos de oración la presencia viva de Dios en tu corazón!

Te he contado ya muchos avatares de mi existencia personal. Ayer te hablé sobre la importancia de la formación. Hoy quiero contarte dos aspectos que me han marcado.

El primero de ellos te lo insinué hace unos días: la soledad que sentí cuando mis padres me abandonaron. No puedo ocultar que lo pasé mal. Mi madre adoptiva, Henutmira, hija del faraón, siempre me trató con muchísimo cariño. Desgraciadamente, sus ocupaciones como princesa hacían que no pasase mucho tiempo conmigo. Ese sentido de abandono siempre me ha acompañado. En la corte, como te dije, apenas había niños, lo cual hizo que me volviera una persona más bien reservada. No sé si te has sentido alguna vez así: rodeado de gente, pero solo. Por otro lado, las exigencias del cargo me llevaron a pensarlo y racionalizarlo todo. Estar siempre rodeado de adultos hacía que pareciera más mayor de lo que realmente era, como si hubiera vivido una infancia excesivamente corta.

Todo iba muy rápido. Se me exigía un comportamiento correcto y desarrollé una personalidad bastante perfeccionista. Mi actitud reservada y, a su vez, exigente conmigo mismo, forjó un carácter personal que me ha ayudado en el futuro, pero que también ha sido una espada de doble filo. Dedicaba mucho tiempo al estudio y pasaba largas horas solo.

La siguiente confidencia hace referencia a la vivencia religiosa que experimenté en palacio. Recuerda que te expliqué que los egipcios no eran ateos, sino politeístas. Convivían con múltiples religiones y adoraban a diversas divinidades. Constantemente estábamos dirigiendo cultos a un “dios” u otro, entre los que se encontraba el faraón, que era considerado una divinidad. Los ritos y celebraciones se sucedían sin parar. Los sacerdotes de palacio ofrecían oraciones, incienso y víctimas a las divinidades. Pero yo solo veía en esos actos ritos externos. No entendía lo que simbolizaban, me parecían absurdos.

Jamás me eduqué en la conciencia de que Dios era un ser personal, un Padre que me amaba. En palacio “convivía” con una divinidad, el faraón, hacia el que me exigían respeto y adoración. Sin embargo, esa figura estaba lejos de Aquel que más tarde se me revelaría como el verdadero Dios. Todo lo que veía que pasaba a su alrededor lo desacreditaba. Muchas veces me escandalizaba el modo en que ese “dios” trataba a su pueblo. Me preguntaba cómo podía un dios permitir e, incluso, provocar tantas injusticias entre sus súbditos.  

Mi vida en palacio marcó mi experiencia religiosa. Todo eran ritos, normas y celebraciones carentes de sentido. La religión consistía en cumplir unos mandamientos ciegamente. No había ningún tipo de trascendencia ni de relación personal con los dioses, a los que solo acudía cuando lo necesitaba.

Aprovecha estos días para mirar al cielo y pensar cómo es tu relación con Dios. ¿Está basada en las normas, los mandamientos y preceptos? ¿O has descubierto a un Dios que, por amor, sale a tu encuentro?

Es frecuente, como me sucedió a mí, que la vida y la fe vayan por caminos distintos. Cuando no hay unidad, sin embargo, la fe deja de ser algo que nos libera, y se convierte en una carga impuesta a la conciencia desde fuera.

Querido peregrino, ¡busca conocer a Dios! ¡Relaciónate con Él! ¡Ámalo! Tus ritos, que son necesarios, deben estar llenos de sentido y cargados de significado. Cuida mucho estos días el trato personal con Jesucristo. Aprovecha esas horas de silencio que le dedicáis por la mañana, o esos momentos de adoración donde te encuentras con Jesús presente en las especies eucarísticas, para establecer un vínculo personal con el Padre. La fe no son normas, sino una relación que lleva a normalizar la vida.

Moisés

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