Lectura Miércoles, 5 de julio

Lectura Miércoles, 5 de julio

Querido peregrino,

Poco a poco te voy contando mi experiencia personal en mi largo itinerario de fe. Mis vivencias fueron forjando el carácter que me permitió llegar a cumplir mi misión. Dios no deja nada al azar.

Desde que fui adoptado por la hija del faraón, se le dio mucha importancia a mi educación y a mi formación personal. Me prepararon para ejercer un futuro cargo público en palacio. Tenían puestas muchas expectativas en mi persona. A todo esto, Dios me dotó de una gran inteligencia. Sin embargo, a raíz de todas mis experiencias en la corte, las relaciones interpersonales siempre me costaron. Me esforcé con tesón en no defraudar a aquellos que esperaban tanto de mí.

En el ambiente en que me movía, las relaciones personales eran pocas y superficiales, y mi núcleo de amigos era reducido. Vivía en un ambiente más bien adinerado. Cuando deseaba alguna cosa, se me concedía enseguida. Mi adolescencia y juventud no fueron fáciles. Mis padres premiaban mis buenos éxitos académicos con regalos y fiestas. En este contexto de formación, me hice más bien reservado y fui generando una tendencia a no mostrar ni comunicar excesivamente mis emociones.

Por otro lado, la religiosidad que vivía era superficial. Mi regla de conducta consistía en cumplir una serie de normas que me eran impuestas. Mi vida era un auténtico caos. Estudiaba, buscaba pasármelo bien con los amigos y, cuando asistía a algún acto religioso, era por compromiso. Mi religiosidad no tenía ninguna conexión con mi corazón ni con lo que vivía cotidianamente.

Por tanto, vivía una doble vida. Exteriormente me sentía profundamente realizado, ya que recibía la aprobación de mis padres y amigos. No obstante, me daba cuenta de que tenía un gran desorden afectivo. La mayoría de cosas que hacía las realizaba porque tocaba hacerlas o para no quedar mal. De este modo, vivía como si Dios no existiera. Es más, Dios no ocupaba ningún lugar en mi vida.

Eso me llevó a encerrarme en mí mismo. Solo pensaba en mi comodidad, en pasármelo bien. Mi situación me llevó a tener, incluso, delirios de grandeza. No vivía en la realidad, sino que hacía lo que me apetecía en cada momento, buscando siempre el aplauso ajeno. Mi norma de conducta era el “YO”. Solo me sentía seguro cuando me adulaban y aplaudían: el reconocimiento era lo más importante para mí, y lo que pensaran los demás determinaba mi modo de comportarme. Cuando no recibía el apoyo merecido, lo buscaba en pequeñas compensaciones humanas: en salir con los amigos, en los espectáculos y en fiestas que, en ocasiones, terminaban de modo violento. Todo ello, en realidad, no aportaba nada a mi corazón, y por eso me sentía profundamente vacío.

Detrás de todo este caos, tenía unos deseos ilimitados de recibir amor. Esa fue mi constante búsqueda en mi adolescencia y mi juventud, aunque siempre la enfoqué de un modo equivocado. Los bienes materiales y el tipo de relaciones que establecía con las personas no hubieran podido satisfacer nunca esos deseos.

Querido peregrino, hoy, como ayer, el corazón del hombre está hecho para el amor. A veces le damos demasiada importancia al qué dirán o a lo que sentimos. Yo experimenté una profunda decepción en mi juventud y adolescencia, porque el mundo y los bienes materiales prometen mucho, pero al final se convierten en refugios que nos alejan de nuestra verdad y solo generan vacío. Actualmente, del mismo modo en que lo hice yo, vivimos constantemente creando refugios que nos dan falsas seguridades y a través de los cuales tratamos de escapar de problemas que debemos afrontar. ¿Cuáles son los tuyos? Ponlos, estos días, en manos de Dios, y pídele que te ayude a derribar los muros que, tantas veces, no te dejan ser aquello para lo que realmente has sido creado.

Moisés

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