Lectura Sábado, 5 de agosto
Querido peregrino,
Seguramente hoy estás mirando a tu alrededor, contemplando las calles de Lisboa, sin dar crédito a lo que está sucediendo. ¡Estás aquí, es real, has llegado! Supongo que te sientes como me sentí yo al vislumbrar la Tierra Prometida desde el monte Nebo. Allí estábamos todo el pueblo de Israel, en lo alto de la montaña, viendo cómo se extendía ante nuestros ojos la llanura de Canaán. A lo lejos, la ciudad de Jericó resplandecía con el verdor de sus palmeras. Un espectáculo de vida y fecundidad que se nos antojaba irreal, acostumbrados como estábamos al calor, la sequedad y la monotonía del desierto.
Nos costaba aceptar el hecho de que Moisés ya no estaba con nosotros y que, por tanto, nunca pisaría esta tierra fértil. Él entregó su vida para ser nuestro guía durante todo el éxodo, y ahora que llegaba por fin la recompensa, no estaba ahí para gozarla. Sin embargo, estábamos convencidos de que Yahvé se lo había llevado con Él y, con toda seguridad, Moisés tendría la vida eterna como premio a su fidelidad.
Qué afortunados somos de tener esos guías en nuestro caminar, ¿verdad? Piensa en tu propia vida. Dios se ha servido de múltiples personas para atraerte hacia Él suavemente. Tal vez tus padres o tus abuelos fueron los primeros en hablarte del Señor; tal vez Lo conociste siendo ya mayor, gracias a un compañero del colegio o de la universidad. Cuántos catequistas habrán alimentado tu fe; cuántos buenos sacerdotes te habrán acercado al Señor por medio de los Sacramentos de la Eucaristía y de la Confesión; cuántos amigos te habrán dado el consejo oportuno en el momento adecuado para que no desfallezcas. De algunos te acordarás mejor que de otros; muchos ni siquiera son conscientes del bien que te han hecho con sus palabras y sus acciones.
Así funciona la Iglesia, tal y como dice el apóstol san Pablo en una de sus cartas: unos siembran, otros recogen los frutos. También tú puedes ser sembrador en el alma de tus amigos, familiares y conocidos, especialmente de aquellos que están más alejados del Señor. Siembra misericordia, siembra buen ejemplo, siembra la Palabra de Dios… Y aunque no veas los frutos inmediatamente —¡o no los llegues a ver nunca!— ten por seguro que llegará, en algún momento, esa conversión, ese cambio de vida, esa decisión radical de entrega que tanto ansías para ellos. Cuando la siembra es de Dios, nada se pierde. Y solamente en el Cielo veremos todo el bien que hemos generado a nuestro alrededor, con nuestra fidelidad a Jesucristo, con nuestra sonrisa, con nuestros ratos de oración.
Esta noche tendrá lugar uno de los acontecimientos más emocionantes de toda la Jornada Mundial de la Juventud: la Vigilia de Adoración con el Papa. Imagínatelo: miles y miles de personas arrodilladas ante Jesús Eucaristía, en un silencio sobrecogedor, cargado de nuestros deseos de amarle, de adorarle, de decirle que es el Rey de nuestra vida, que solo queremos vivir para Él. Estate muy atento esta noche y aprovecha para descargar en Jesús todo lo que llevas en el corazón. Pídele por las personas que amas, pídele que cure las heridas de tu alma. Dile que necesitas fuerzas para luchar contra las tentaciones del maligno, dile que necesitamos la paz en el mundo. Dale gracias por todas las personas que te acompañan en tu caminar cristiano. Dale gracias por esta peregrinación, suplícale que la conversión que has experimentado en estos cuarenta días suponga un nuevo comienzo en tu historia de Amor con Él.
Josué