Lectura Sábado, 8 de julio
Querido peregrino,
Espero que estés disfrutando del camino, de las vistas que tienes y, en caso de no ser así, al menos de los amaneceres, que deben ser espectaculares. Aunque vayas con un ojo abierto y otro cerrado, todavía en el quinto sueño, te animo a que al menos en esos instantes en los que el sol rompe, puedas contemplar la maravilla de la Creación.
Hoy querría recuperar el relato que quedó a medias con las hijas del sacerdote de Madián. Como te conté, las acompañé hasta su casa para asegurarme de que esos pastores no volvían a molestarlas. Fue entonces cuando conocí verdaderamente a su padre. Hasta entonces, no sabía quién era.
Al salir a recibirlas, se extrañó de que llegaran tan pronto a casa. Una de las hijas se adelantó y le contó lo sucedido. Él, sorprendido ante mi gesto, les insistió en que debían atenderme y acogerme en su humilde casa, como agradecimiento a mi protección. Como tampoco tenía lugar donde ir, decidí aceptar su proposición.
Los días iban pasando y, poco a poco, fui observando las dinámicas de aquella sencilla familia. Enseguida emergió en mis pensamientos algún recuerdo que todavía conservaba de mi infancia. Precisamente, en esa humildad, en el trato afable y cariñoso entre ellos (en un ambiente en el que nunca se levantaba la voz, se hacían bromas y nunca faltaba una sonrisa en cada rostro) fui capaz de liberarme, poco a poco, de la culpa que llevaba por el pecado cometido.
Es más, ellos, aun conociendo mi pasado —pues se lo conté al sentirme tratado como uno más de la familia—, en vez de recriminarme nada, acogieron mi debilidad y me aceptaron por lo que era. Fue entonces cuando descubrí el verdadero amor humano, en el seno de esta familia.
¡Qué importante es este ambiente de familia, en el que todos los miembros son tratados con respeto, amor, se les quiere por lo que son y donde no se les juzga jamás! En tu familia, pues, espero que puedas vivir esta realidad, que tengas esta suerte que yo tuve. Pero, también, plantéate si tú estás ayudando a crear este clima en el que todos se sienten valorados por lo que son y no por lo que hacen o aportan en casa. Es muy fácil caer en el “no me toca”, “no es mi encargo”, e ir con una hoja de Excel bajo el brazo.
Del mismo modo, ¿cuál es tu reacción ante cualquier contrariedad que se presenta en casa? ¿Eres de esas personas que va con caras largas durante todo el día o, incluso en los momentos difíciles, haces un esfuerzo por sonreír, por sacar lo mejor de ti y de cada miembro de los de casa? Puede ser un buen momento, ahora que todavía faltan unos cuántos días para volver a tu hogar, para plantearte tu relación con tus padres y tus hermanos.
¿Qué puedes hacer para conseguir el clima que incluso también vivió la Sagrada Familia? No me imagino a la Virgen quejándose, o encolerizándose ante Jesús por haber hecho alguna trastada; más bien, su reacción debería ser muy distinta: se reiría ante la situación, le daría un beso a su Hijo y continuaría con naturalidad con los quehaceres cotidianos.
¿Se parece a la reacción que tienes tú cuando tu hermana te quita tu blusa favorita? Te animo a que aproveches el día de hoy para hacer una lista de pequeños gestos que puedes hacer en tu día a día con los de casa para hacer de tu hogar el Cielo, en el que todo el mundo esté a gusto.
Moisés