Lectura Jueves, 29 de junio

Lectura Jueves, 29 de junio

Querido peregrino,

Hoy has superado los 100 km. El cansancio se acumula y, poco a poco, vas notando el peso de la ruta. Has superado una barrera física y psicológica, pero ¡todavía queda mucho camino!

En nuestra estancia en Egipto, las cosas cada vez se ponían más difíciles. La opresión que infringía el faraón hacia los hebreos era cada vez más insoportable. Vivíamos una situación muy oscura.

Ante la creciente fecundidad de nuestro pueblo y la escasa natalidad de los egipcios, el faraón se dio cuenta de que los hebreos éramos cada vez más numerosos. Por ello, mandó exterminar a todos los varones recién nacidos. Así, ordenó a las parteras egipcias que, cuando atendieran a las hebreas en un parto, ejecutaran a los varones. Se estableció, de este modo, una auténtica cultura de la muerte.

¡No te puedes imaginar lo que esto supuso para nosotros! La orden del faraón generó un gran miedo y ansiedad entre nuestro pueblo. Las mujeres hebreas embarazadas vivían bajo la angustia generada por si la criatura que llevaban en su vientre era varón. En ese caso, debían desprenderse del niño nada más nacer. Sin embargo, las parteras egipcias, temerosas de Dios, no cumplieron los mandatos del faraón.

Los egipcios habían puesto el corazón en los bienes materiales, en la riqueza, en la opulencia y en el afán de poder. Vivían al margen de Dios, y solo pensaban en satisfacer sus deseos más inmediatos. Era una sociedad hedonista y carente de trascendencia, liderada por un faraón que se había autoproclamado dios.

La vida humana, en este contexto, no suponía una riqueza en sí misma, ni era recibida como un don. Se valoraba, simplemente, en criterios de utilidad. Tampoco hoy, en vuestro siglo, la vida es bien recibida. Esta fue la realidad en la que me tocó nacer. Fui el pequeño de los hijos de Amram y Jocabed, ambos de la tribu de Leví. Mis hermanos, Aarón y Miriam, eran varios años mayores que yo.

Querido peregrino, llevas ya cuatro días de ruta y empiezas a notar el cansancio. Hay momentos de bonanza, pero también hay momentos de contrariedad. Nosotros, en nuestro tiempo, también comenzábamos a notar el peso del faraón.

Los primeros días te animaba a que te plantearas “para qué” o “para quién” estás aquí. Es posible que la fatiga te lleve a plantearte qué haces hoy aquí. A mi madre, estando encinta, le costó entender por qué seguir gestando mi vida en su vientre si después de dar a luz, yo iba a ser ejecutado. Pero Dios, que siempre da esperanza, la ayudó a recibir mi nacimiento como un don. Descubrió que debía confiar en Dios y que la vida que llevaba en su seno no le pertenecía, que su origen estaba en el Padre, y que era un regalo.

Estás recorriendo las primeras etapas de un trayecto muy largo. En los muchos días de camino que te quedan, habrá momentos buenos y, también, momentos de oscuridad. No olvides, sin embargo, que, incluso en los peores momentos, la vida es un don de Dios.

Mañana te contaré cómo fue mi nacimiento, pero hoy te pido que reflexiones profundamente esta verdad: tu vida es un regalo, incluso aunque, a veces, te parezca que no tenga sentido.

Moisés

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