Lectura Martes, 18 de julio

Lectura Martes, 18 de julio

Querido peregrino,

¡Debes estar extenuado! Los días pasan y empiezan a hacerse pesados y muy largos. Has superado ya la mitad de la peregrinación. Estoy convencido de que, a lo largo de estos días, como me sucedió a mí en mis luchas contra el faraón, se te presentarán grandes momentos de impotencia.

En mis negociaciones con el faraón, me sentía constantemente como en un callejón sin salida. Intentaba persuadirlo para que nos dejara marchar, pero el diálogo era imposible: la obstinación se había instalado en su corazón. Probablemente habrás experimentado alguna vez la impotencia que genera advertir el error de alguien y que el otro, aun siendo algo evidente para ti, sea incapaz de verlo. O quizás habrás sido, a veces, tú misma la persona incapaz de descubrir o aceptar tu propio error. Puede, incluso, que en estos días de duro camino, el calor, el cansancio o el deseo complacer a tus instintos te hayan incapacitado para reaccionar bien ante el prójimo. Sucede como ocurrió aquellos días en Egipto: el mal se había instalado en el corazón del faraón; había dado la espalda a Dios, y no quería escuchar su voz. Se había aferrado a sus seguridades y ello le llevó a cavar por su propia tumba.

Hoy quisiera detenerme en la última de las plagas que asoló Egipto. Fue, esta, la plaga definitiva, tras la cual pudimos, por fin, salir de la tierra de la que éramos esclavos. Después de nueve devastadoras plagas, el faraón se había mantenido en su obstinación y, lejos de reblandecerse, su corazón se había endurecido cada vez más. Pero, pese a su insistencia en no dejar marchar al pueblo de Israel, hubo un momento decisivo, que hizo que se rindiese y cambiara, finalmente, de parecer.

El Señor, una vez más, me pidió que me presentara ante el faraón para transmitirle su mensaje: “En la mitad de la noche yo saldré por medio de Egipto, y morirá en el país de Egipto todo primogénito, desde el primogénito del faraón, que se sienta en su trono, hasta el primogénito de la esclava dedicada a moler; y también los primogénitos de los animales. Un gran clamor se oirá en todo el país de Egipto, como nunca lo hubo ni lo habrá jamás”. Bien claramente se anunciaba el gran sufrimiento y el llanto que se presentaría en esas tierras esa misma noche. Mas, el faraón, encerrado en sí mismo, no hizo caso nuevamente de estas palabras.

Como habrás ido comprobando a lo largo de estos días, la obstinación, el individualismo o el ponerse a uno mismo en el centro hacen que a nuestro alrededor haya mucho sufrimiento, pues no pensamos en el bien del otro, sino, únicamente, en el propio. El pueblo de Egipto, ante esas diez plagas, pronto dejó de apoyar al faraón, ya que sus decisiones unilaterales y egoístas afectaban a todos.

De la misma manera que entonces, hoy hay mucho sufrimiento en el mundo. Estamos tan encerrados en nosotros mismos, que somos capaces de pisar al prójimo. Podemos, incluso, pasar por encima de nuestros hermanos o amigos con tal de salir nosotros victoriosos. Pero precisamente cuando hacemos esto, en realidad es a nosotros mismos a quienes estamos destruyendo. El afán de poder, el deseo de quedar bien, el materialismo y la sensualidad desordenada embotan la mente de tal modo que logran crear una ceguera que, en ocasiones, no nos permite ver la evidencia del bien. ¡Cuántas guerras, cuántas peleas entre familiares, cuántas discusiones y enemistades con el que piensa distinto a mí…! En definitiva, cuánto sufrimiento hay hoy por ponernos a nosotros mismos en el centro de la existencia.

Así fue como el faraón, encerrado en sí mismo, dejó morir incluso a su propio hijo, aquel que le debía suceder. De este modo, se cumplieron las palabras que el Señor le había anunciado: hubo un gran llanto en Egipto cuando se levantó de noche, y no hubo hogar egipcio que no se viese afectado por la muerte de sus primogénitos. Aquel mismo día, el faraón me llamó y, con gran dolor, aceptó la proposición que durante tanto tiempo le había presentado: “Levantaos y salid de en medio de mi pueblo, vosotros y los hijos de Israel; id y dad culto al Señor según vuestro deseo. Recoged también vuestras ovejas y vuestras vacas, como habíais pedido, y marchaos. Y bendecidme también a mí”. Fue entonces cuando reuní al pueblo escogido por Dios y les anuncié que debían prepararse para la marcha.

Es interesante darse cuenta de que fue el propio faraón quien, a lo largo de las diez plagas, provocó su propia destrucción y la de Egipto. Jamás fue consciente de que todo lo que le estaba sucediendo no era un castigo de Dios, sino la consecuencia a su terquedad y a su oposición a seguir lo que Dios le pedía.

Como ya hemos ido reflexionando anteriormente, la voluntad de Dios es, en realidad, nuestra felicidad. Dios quiere lo mejor para nosotros, y cuenta con un plan específico para cada uno. El problema viene cuando decidimos seguir nuestros propios planes, sin contar con Él. Es entonces cuando, poco a poco, vamos poniendo nuestro corazón en cosas que no son Dios y nos enganchamos a cualquier otra cosa. Como hemos visto estos últimos días, pasamos, entonces, a mirar a los demás en función de lo que me aportan, caemos en el materialismo, en la ambición de poseer o, incluso, nos dejamos gobernar por las pasiones.

Ante esta batalla interna y nuestro afán por gobernar la propia vida al margen de Dios, Él no se queda de brazos cruzados. Del mismo modo que quería liberar al pueblo de Israel de la esclavitud, también quiere hoy liberarte de tus esclavitudes, de tus vicios, de tu pecado. Por tanto, ¿haces examen de conciencia para identificar aquello que te aparta de Dios? ¿Cuentas con el proyecto que Dios tiene pensado para ti o prefieres hacer tus propios planes? ¿Eres consciente de que lo que haces puede generar mucho bien o mucho mal a tu alrededor, y que no solo repercute en ti?

Moisés

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