Lectura Sábado, 15 de julio

Lectura Sábado, 15 de julio

Querido peregrino,

Después de una larga etapa, a veces puede llegar otra que se le asemeje, como así ha ocurrido hoy. Espero que ayer pudieses descansar y recobrar fuerzas para abordar el día de hoy con energía renovada.

De la misma manera que tú, mi camino hacia el encuentro con el faraón y, sobre todo, las veces en las que le pedí con insistencia que liberara al pueblo de Israel de la esclavitud, tampoco fue fácil. Dios me había explicado cómo debía dirigirme a él y qué debía decirle exactamente. De este mismo modo le hice el llegar el mensaje, mas, ante tal propuesta y teniendo en cuenta la época de bonanza de las tierras y la labor que estaban realizando los judíos, el faraón no vio por qué debía dejarlos marchar. Por este motivo, incluso exigió a sus capataces que oprimieran todavía más al pueblo de Dios y les exigieran más trabajo, con tal de que el deseo de marcharse desapareciera de sus mentes.

Ante la negativa del faraón y la nueva carga que se impuso a mis hermanos, tambaleé de nuevo. “Señor, ¿por qué maltratas a este pueblo? ¿Por qué me has enviado? ¿Por qué desde que fui al faraón para hablarle en tu nombre trata él tan mal a este pueblo, y tú no haces nada para liberarlo?”, le dije. Él, con insistencia, hizo que me presentara de nuevo ante la cabeza de los egipcios.

Esta vez, para que verdaderamente viera el poder de Dios, frente a su fragilidad (aunque aparentemente él se considerase el ser más supremo del mundo), hizo mandar una primera plaga: el agua de toda la región se convirtió en sangre. De este modo, los peces se murieron, el río apestaba y nadie podía beber de él. Ante este hecho insólito, el corazón del faraón, en vez de hacerse humilde y obedecer a la petición de Dios, se endureció todavía más.

Otras nueve plagas envió Dios, a través de mí, para convencer al faraón de liberar al pueblo de Israel y dejarlo marchar, alguna de las cuales recuperaré en los próximos días. Por ahora, es importante que nos demos cuenta de que, en realidad, estas plagas no eran un castigo para el faraón, por no actuar según la voluntad y los designios del Señor; fueron la consecuencia de ir en contra de Él. Cuando el hombre actúa contra Dios, en el fondo, está actuando contra sí mismo, y acaba autodestruyéndose. El hombre, sin Dios, acaba arrasado, como las plagas arrasaron Egipto.

Actualmente, también existen plagas en el mundo que están arrasando la sociedad. Especialmente pienso en vosotros, los jóvenes, quienes os estáis viendo afectados por ellas y vivís sus consecuencias. Un ejemplo muy claro es la plaga de la imagen. ¿Cuántas personas (quizás tú mismo) se mueven por la apariencia, por cómo se ven o los ven los otros? ¿O por lo que tienen o hacen frente a los demás?

Tú no vales según la ropa que vistes, el dinero que tienes, las cualidades que has desarrollado, las notas que sacas o lo que haces por los demás. Tú has sido comprado a un gran precio: vales toda la sangre de Cristo; Él ha dado la vida por ti. Pero no por lo que tú le puedas aportar a Él, sino que, precisamente, ha muerto por tu debilidad, por tu pecado. Por tanto, ante un acto de amor tan grande, ¿de qué manera debemos mirar nosotros a los demás? Ten claro que lo esencial es invisible a los ojos. Plantéate hoy: ¿qué es lo que valoras de las personas que tienes alrededor? ¿En qué te fijas de los demás? ¿Haces acepción de personas por algún motivo específico o tratas de aceptar y amar a todos por igual, independientemente de lo que te aporten?

Moisés

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